La distancia entre Lucía y yo fue creciendo de pronto, pues ella había decidido entrar a medicina, mientras que yo me fui a estudiar diseño; lo que hizo de nuestra convivencia algo más lejano y esto mismo sucedió con Luis, él estaba en la preparatoria y sus fiestas y amigos tampoco le daban espacio para preguntar por mí. Luego de tres años mi amiga y yo decidimos que era justo reencontrarnos y hacerme una despedida porque me iría del país un año a estudiar, nuestro plan era pasar una noche de antro en antro, como hacía tiempo no lo habíamos hecho. Ese viernes pasé por ella a su casa, salimos primero a nuestro pre-copeo habitual en la Roma, para luego escapar a un lugar que nos fascinaba en Insurgentes, ahí estuvimos hasta la madrugada, pasándola a todo lo que da cuando otro grupo de amigos nos invitó a un after con música electrónica.
Lucy y yo aceptamos, aunque ella lo hacía más por necedad que por gusto, pues los tragos ya le habían hecho efecto y la pila se le fue bajando hasta el suelo, tanto así que a penas duramos veinte minutos en ese lugar, cuando le propuse regresarnos a casa.
Luego de pasar un rato tratando de convencerla de que volver era una buena idea sentadas en el sitio de taxis, logré subirla, nos dirigimos a su casa y al llegar a ella, en lo que buscaba las llaves en su bolso, apareció Luis. Al principio estaba asombrado del estado de su hermana y después preocupado porque no se ponía de pie, así que decidimos entre los dos llevarla hasta el sillón de la sala. La acomodamos y pensamos en hacerle un café para bajarle un poco la fiesta y revivirla.
Al entrar a la cocina de inmediato sentí una tensión que me recorría las partes traseras de las piernas, como unos alambres electrificados que me daban toques en las nalgas y al mismo tiempo todo mi cuerpo se endurecía.
Tomé la cafetera y Luis sacó la jarra de agua con mucha fuerza, tanto así que al momento que volteó a dármela me la derramó sobre la blusa. Yo me sorprendí, porque mis pezones quedaron exhibidos, se notaban por encima de la tela por lo frío del agua y porque mi excitación era extrema. Él sostuvo su mirada en mis senos, dejó la jarra sobre la barra y con mucha calma los tocó, primero con las palmas de sus manos, luego con los dedos y después los comenzó a apretar con más fuerza.
Mis gemidos comenzaron a sonar cada vez más cuando se acercó a besarme. Con su lengua escudriñándome, mi vagina se humedeció y se pegó a su pene, como si quisiera por fin conocerlo, saber qué se sentía tenerlo dentro de ella y volverla a hacer estallar como hacía años lo había hecho las manos de su dueño con tan sólo un roce.
Luis me arrinconó en la esquina de la barra, me sentó en un banco y me abrió por completo la blusa, buscando con desesperación mis pezones. Los sacó de mi bra sacudiéndolos con fuerza, como si quisiera arrancarlos, para luego subirme la falda, hacerme a un lado mi panty y mojarse los dedos entre mis piernas. Yo las abría, pidiendo que me penetrara, así que lo acerqué a mí tomándolo por el cinturón, toqué su pene duro y me mojé todavía mucho más, él mientras me preguntaba: “¿así querías que te cogiera?”, a lo que yo contestaba entre dientes: “¡Sí!, así…” Él mientras lo ponía más duro y yo lo sacaba de su pantalón. Bajó su cabeza y metió su cara entre mis senos, mientras que con la lengua buscaba mis pezones de nuevo, yo le acariciaba su miembro, sintiendo cómo él también se humedecía y sus manos no dejaban de tocar mi clítoris.
Luego de morder mis boobs y de volverme loca de placer, me jaló de las piernas, me tomé por detrás de la columna de madera y me penetró con fuerza, el gemido que se me escapó se ahogó en el temor de ser descubiertos, así que apreté los labios y recibí sus embestidas en un silencio delicioso, uno que no me dejaba gritar.
Lo hizo varias veces, lo metió una tras otra y cada vez más rápido, al tiempo que sentí cómo tiró el banco por debajo de mis nalgas y siguió con un instinto casi animal cargando todo mi peso, mientras yo me sostenía con los brazos hacia atrás casi ya sin fuerza. No se detuvo hasta que dijo: “te voy a dejar mojada”, cuando su gruñido me hizo remontarme a esa sacudida de todo mi cuerpo, un orgasmo inigualable me recorrió de nuevo toda la piel y sentí cómo quedaba llena de él.
Al volver a encontrarnos con la mirada, supimos que si bien seguiríamos siendo como hermanos, tendríamos que terminar de vez en cuando en algún rincón de la casa y saciar ese deseo que oscila entre lo ingenuo y lo perverso. Como ahora… cinco años después sentados en la misma sala de aquella noche.
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