Ana Pons, una joven de 21 años, ya tenía rato viendo a una mujer más grande que ella en el edificio donde viven ya que le atraía pero no sé animaba a hablarle, solo se topaban en el ascensor y en los pasillos. Un día entró en el ascensor vacío, apretó el botón del piso diez, esperó a que las puertas se cerraran y comenzara a ascender. Justo cuando las puertas comenzaban a cerrarse, se produjo un golpe de mano y era ella, una rubia de unos treinta años, entró en el ascensor, pulsó el botón de su piso y se giró para mirar con descaro a Ana. La rubia vestía un traje azul oscuro, una blusa de seda blanca y unos elegantes zapatos negros. Hubiera sido considerada guapa, sino fuera por el hecho de que tenía un aspecto duro, con su pelo rubio corto, que se lo tiraba a un lado y una actitud de control total.
Después de varios segundos de silencio, la rubia, mientras miraba directamente a los ojos de Ana Pons, le preguntó:
– “¿Eres una sumisa, no es así?… Puedo olerlas a un kilómetro de distancia, e visto como te me quedas viendo pero nunca me hablas”.
Ana Pons se puso roja como un tomate y, mientras evitaba sus ojos, respondió suavemente:
– “¡Sí… Sí lo soy!”
La rubia lanzó un bufido y contestó:
-“¡Estas perras son todas iguales… Se visten y se ponen guapas, esperando ser recogidas por una mujer dominante para joderlas bien jodidas!”
Al escuchar la cruda conversación de esta completa desconocida, Ana Pons tuvo una reacción inmediata y su vagina se fue inundando de humedad al comenzar a palpitar su clítoris.
El ascensor se detuvo, y las puertas se abrieron suavemente y la rubia le dijo:
– “Este es mi piso… Ven conmigo, que hoy has encontrado la mujer dominante que buscas”… Y sin más, cogío a Ana Pons del brazo y la condujo por el pasillo hasta su piso.
Una vez abrió la puerta, la rubia la empujó dentro, cerró la puerta y le dijo:
– “¡Vamos, pequeña zorra, ábrete la blusa y déjame ver tus tetas!”
Ella se desabotonó la blusa mostrando su sujetador escotado y pechos abultados a los ojos hambrientos de la dominante rubia, que alargó la mano y comenzó a pellizcar y tirar de sus pezones a través de las copas de encaje del sujetador.
Ana Pons se quedó sin aliento, tanto por el dolor como por la excitación de tener sus tetas maltratadas por la extraña lesbiana rubia dominante. Luego se dejó llevar a la sala y una vez allí la rubia le dijo:
-Veamos si te gusta esto, vamos, zorra, ponte de rodillas y cómeme la vagina, a ver cómo lo haces. Le ordenó la rubia levantando su pierna y colocándola en el brazo del sillón, se subíó la falda mostrando su tanga y su vagina bien cuidada y húmeda. En esos momentos, la vagina de Ana Pons era un caldero de jugos calientes, y la visión de la vagina de la rubia le resultaba increíblemente excitante. Sin perder tiempo, se arrodilló y apoyó la boca en la hendidura que ya goteaba, lo que hizo que la rubia gimiera en voz alta cuando su lengua le atacó su clítoris.
– “Cómeme, maldita perra”, dijo la rubia con los dientes apretados.
Sintiéndose y siendo una sumisa, Ana Pons estaba acostumbrada a tener mujeres dominantes ordenándola y esta mujer dominante le estaba haciendo explotar su vagina antes de siquiera tocarselo.
Ana Pons le lamía la vagina y el clítoris como si no hubiera un mañana, hasta que explotó de un tremendo orgasmo. La rubia no pudo reprimir su gemido cuando su clítoris se sacudió fuertemente alrededor de la lengua de la sumisa Ana Pons, su cuerpo se estremeció convulsivamente.
Después de que su orgasmo hubo disminuido, la rubia empujó a Ana Pons a sus pies y la besó profundamente en la boca, saboreando el sabor de su propia vagina en los labios de Ana Pons.
Tirando de ella, la rubia le preguntó:
– “Te encanta chupar vaginas, ¿verdad, perra?”
Ana Pons sólo asintió con la cabeza y esperó más instrucciones.
– “Desnúdate”, le ordenó la rubia, y ella lo hizo sin detenerse hasta que estuvo desnuda frente a la lesbi dominante. Sus pezones se arrugaron al instante por el ambiente fresco y la rubia, que los quería tiesos, alargó ambas manos y comenzó a retorcerlos con dureza.
Mientras jugaba con las tetas de Ana Pons, la rubia se dijo a sí misma: “Me encantan las grandes tetas”, y se inclinó, agarró uno de los pezones de Ana Pons en su boca y lo chupó con fuerza, mordiéndolo, lo que provocó que gritara de dolor y placer.
– “¿Te gusta eso, no, tetas grandes?”, babeó la rubia mientras chupaba los pezones grandes de Ana Pons, que no respondió, pero gimió ruidosamente mientras estos fueron chupados, estirados y mordidos por la cachonda rubia.
Tomando asiento en el sillón, la cara de la rubia quedó a sólo centímetros de la vagina de Ana Pons, y su aliento caliente tan cerca hizo que ella suplicara que se la comiera.
– “¿Quieres que te chupe, Qué te corra?”, preguntó la rubia sarcásticamente, mientras bromeaba con Ana Pons dándole algunas lamidas en sus labios externos.
Ana Pons se quedó sin aliento cuando la lengua resbaladiza de la rubia le alcanzó el clítoris. Un rayo de placer se disparó como una corriente eléctrica a través de su cuerpo. La rubia, mientras tanto, quería hacer sufrir a esta pequeña perra sumisa, que no podía esperar más, necesitaba desesperadamente que le chuparan su clítoris.
– “¡Oh, Dios mío!”, – “Cómeme, Cógeme, por favor, Dame un orgasmo, Lo necesito”, gimió Ana Pons cuando la rubia enterró su lengua profundamente en su vagina humeda. Durante los siguientes minutos, sus papeles se invirtieron, Ana Pons ordenó a la dominante rubia que le comiera la vagina y la rubia obedeció, sabiendo muy bien como hacerlo con su experta lengua. La vagina de Ana Pons estalló como un petardo y su orgasmo irradió placer desde su vagina a todo su cuerpo, provocando que se quedara totalmente agotada.
Sin apenas darle tiempo a recuperarse, la rubia se agarró a la cintura de Ana Pons, estabilizándola y ayudándola a mantener el equilibrio. De pie, la rubia empujó su vagina directamente en la de Ana Pons, y las dos mujeres unieron sus vaginas en posición de tijera hasta que sus clítoris hicieron contacto directo el uno con el otro.
Besándose de nuevo, las dos lesbianas, lentamente, trabajaron juntas sus vaginas pegadas, tratando desesperadamente de mantener sus clítoris frotándose, mientras sus lenguas se entrelazaban, en busca de un clímax mutuo. Gimiendo una en la boca de la otra, las dos mujeres continuaron, la una a la otra, con sus clítoris en contacto para lograr tener el nuevo orgasmo, que alcanzaron en poco tiempo, quedando ambas, de nuevo, muy agotadas.
Una vez terminaron, la rubia se sentó en el sillón y poco después observó a Ana Pons vestirse hasta que terminó, salieron de la sala abrazadas y besándose. Antes de marcharse, la rubia le pidió su número de movil y le hizo una llamada perdida para que ella lo tuviera también.
Cuando ya estaba en la puerta, la rubia le dijo:
– “¡Te espero mañana a la misma hora!”
Con su vagina todavía zumbando por su orgasmo, Ana Pons le dio un beso a la rubia en los labios y le susurró:
– “A la misma hora, sin falta, mañana estaré aquí.”…
SOMETIDA POR UNA LESBIANA DOMINANTE