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Masajista sexual

Masajista sexual

Su mirada, su olor y su cuerpo me tenían hipnotizada.

Bata blanca, mis glúteos sobresalen, mis senos buscan escapar de su prisión presionando el cierre de mi vestido. Liguero blanco, medias y tacones, son mi outfit para trabajar: soy una masajista erótica. Ningún cliente es igual. Algunos solo quieren que los escuche, otros me piden sexo salvaje, otros hacerlo suavemente, pero mi favorito siempre es el que toma el control, el que disfruta mi cuerpo, ese cuyo objetivo es hacerme llegar al clímax. Aunque no lo crean, hay cosas que nunca pensé que me gustaría hacer, por ejemplo, el sexo anal. Siempre me negué a llevarlo a cabo, hasta el día que conocí al Señor K. Desde las primeras veces, me di cuenta de que todo fluía mejor con él que con otros clientes. Con el paso de los meses, sus visitas se fueron haciendo cada vez más frecuentes, más largas e intensas; después de que se iba, me quedaba acostada pensando cómo sería tenerlo en mi cama todas las noches, y no en mi camilla de masajes del trabajo. Pero vayamos al principio. La primera vez que el Señor K llegó al negocio, todas nos paramos en fila para que escogiera. Fue mirando una a una a los ojos, examinando su cuerpo… hasta que llegó a mí y masculló “Es ella”. Me tomó de la mano y caminamos hacia mi cubículo donde me pidió que le diera los mejores minutos de toda su vida. Su mirada, su olor, su cuerpo y la sensualidad con la que tomó mi mano, me tenían hipnotizada. Tuvimos sexo por primera vez, él indicaba la posición que quería, el ritmo de las arremetidas contra mi cuerpo, y yo solo podía dejarme llevar. De ese estilo eran nuestras primeras reuniones. Después de un par de sesiones, me pidió que me pusiera una bata de seda y un liguero negro con un corsé del mismo color. Esa tarde fue más intensa, me susurraba al oído cómo quería que me moviera, sujetaba mis muñecas para dominarme… En los siguientes encuentros, sus peticiones iban desde recibirlo completamente desnuda, hasta amarrarme y vendarme los ojos; mis gritos de placer comenzaron a ser cada vez más fuertes y notorios. Una noche me pidió vernos fuera del trabajo, que rompiéramos las barreras de lo laboral y saltáramos a algo personal. ¿Cómo hacerlo? La verdad moría de miedo, no sabía qué esperar de él. Cuando acepté, acordamos que tendríamos una cita en un restaurante. Al llegar, se portó súper caballeroso, se levantó al verme y me abrió la silla para sentarme. Se le vería muy nervioso, yo lo estaba también, pero creo que no se me notaba tanto como a él. Por eso, le sugerí que inventáramos otras vidas, aquellas exitosas que nos hubiera gustado tener, y eso fue justo lo que hicimos para relajarnos. Él era un exitoso publicista y yo era una famosa bailarina de ballet y viajaba por el mundo haciendo audiciones. Reímos mucho durante la cena por las tonterías que inventamos. Su hipnótica mirada seguía teniendo el mismo efecto en mí, me excitaba demasiado cuando me miraba directamente. Esa noche no fue la excepción, prácticamente tuve que rogarle que me llevara a la cama e hiciera todas mis fantasías realidad. Llegamos a un hotel muy lindo, era más de lo que yo esperaba. En la habitación me pidió que le diera un masaje como siempre lo hacía, toqué cada parte de su cuerpo, tenía ganas de montarme en él pero me contuve, algo me decía que debía esperar a que me diera la orden. De pronto, se colocó boca arriba y super que era mi momento, introduje su miembro duro en mi boca y comencé a hacerle sexo oral mientras le daba un masaje en los testículos. Lo miré a los ojos, él me miraba, yo tenía el control de la situación y aproveché para que él disfrutara. Mi cuerpo me pidió que lo tocara, así que dejé de masajearlo y comencé a estimular mi clítoris al ritmo de cada felación. Me tomó de la cara y me besó apasionadamente, pude sentir como mi espalda se enchinaba de placer con sólo un beso. Fui subiendo para montarme en él, pero a la par que me besaba me agarró por la cadera y me colocó a su lado. Con un tenue empujón me indicó que siguiera estimulando su sexo. De repente, cuando creí que la noche podría no resultar como deseaba, sentí sus dedos húmedos introduciéndose en mi vagina, fuertes, decididos y con un movimiento lento a la vez; mi espalda se arqueó, mis ojos se cerraron y me perdí en gozo. Una parte de mí quería recostarse y disfrutar, la otra quería darle el mismo placer que él me estaba dando. Se sentó, y por fin pude subirme en él, tener su pene duro y erecto dentro de mí. Esperamos unos instantes sin hacer nada, besándonos suavemente, explorando nuestros cuerpos con los labios. Sus manos bajaron por mis hombros poco a poco hasta mi cintura. Las yemas de sus dedos se encajaron con fuerza en mi piel y por fin comencé a moverme, lento, de arriba a abajo, adelante y atrás… De repente, su cara se transformó en la de un hombre decidido. Podía notar que el señor K disfrutaba con solo verme gozar, así que elegí entregarme al placer, era mi noche. Me liberé de la penetración unos segundos antes de llegar al orgasmo, lo sentía venir pero me resistí, estaba segura de que la espera valdría la pena. No le permití moverse y, mientras me giraba para darle la espalda, dejé que introdujera de nuevo su miembro dentro de mí. Mi trasero quedó completamente a su disposición, mientras yo me sostenía de sus tobillos para que mi zona V se estimulara con su cuerpo. Estiré mi mano y acaricié con dulzura su ingle, él hizo lo mismo en mis nalgas, pero yo quería que se aferrara a ellas, que fueran su camino al Nirvana. Su cadera vibraba porque quería más de lo que yo podía darle, así que detuve el movimiento de la mía para que él me penetrara a su antojo, a su ritmo y a la profundidad que él más disfrutara y deseara. Se inclinó para tomar mis senos y poder atraer mi cuerpo hacia el suyo, me fui levantando hasta quedar sentada, sus manos eran mi único apoyo para no caerme. Su pecho rozaba con mi espalda, sus labios besaban mi cuello, mordían mis orejas. Seguía tomándome a su antojo, con fuerza y pasión, cuando escuché un pequeño gemido salir de su boca, después otro más fuerte. “No te detengas”, le exigí con la voz entrecortada, sus gemidos me excitaban más. Una de sus manos se dirigió a mi clítoris, sus dedos giraban fácilmente con la humedad de mi cuerpo. Cerré los ojos, no podía ni pensar, su respiración se hacía cada vez más fuerte, quería que la escuchara y se acercaba a mi oído para asegurarse de ello. Tenía ganas de gritar y él lo sabía, “¡Grita o me detengo!”, me dijo. Me tenía completamente en sus manos, los gemidos salían de mi boca, sentí que un escalofrío recorría mis piernas y se extendía por todo mi cuerpo, mientras él hacía lo mismo. Jalé sus testículos gentilmente, se excitó todavía más, recargó su frente en mi espalda y susurró algo que no alcancé a entender bien. Me empujó, su pene salió de mi cuerpo, aún estaba debajo de mis nalgas cuado sentí que eyaculaba nuevamente, con una mano intentaba tomar el control de su orgasmo, con la otra se aferraba a mi trasero. Mi segundo orgasmo sucedió cuando sentí cómo de mi cuerpo escurría su tibio semen, cómo sus manos lo embarraban por mis nalgas y lo usaban como lubricante para poder penetrarme nuevamente. Sus dedos se movían lento, entraban y salían por más, hacían una escala en toda mi zona externa antes de volver a introducirse en mí. Tomé su mano y ambos recorrimos todo mi cuerpo con ella, hasta llegar a mi tercer clímax. Esta vez fue más pasional, muy delicado, la piel se nos enchinó, no hubo gritos, únicamente ligeros gemidos entrecortados que seguían el ritmo de las contracciones que sufría mi figura. Al final me di cuenta de que en realidad me deseaba más que yo a él, que el Señor K estaba viviendo sus fantasías conmigo, y que este juego de tener y ceder el control, sería el más divertido de mi vida.

 

 

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