Mi vida cambió aquel día en que cumplí mi primera fantasía sexual con la mujer que me gustaba; ella de 57 y yo de 18.
Nos conocimos por internet y teníamos más o menos tres años de amistad.
Siempre fingí tener cariño puro hacia ella, ella también me demostraba afecto de una manera respetuosa y sin insinuaciones, me lo repetía cada que me decía un «te quiero mucho» o cada que me ponía un corazón en el mensaje, era obvio que sus intenciones hacia mí no eran las mismas que yo tenía hacia ella, eso me ponía triste, pero por otro lado me ponía muy feliz que al menos me tuviera en cuenta.
Nuestro primer encuentro fue de lo más placentero, yo le tenía unas ganas inmensas e intensas que sentí cómo mi corazón latía a mil por hora cuando la vi, y cuando llegó el momento de darnos el primer abrazo no podía dejar de sentir sus grandes senos tocar mi cuerpo, fue una sensación maravillosa, ella no tenía ni idea de lo que pasaba por mi cabeza en ese instante.
No sabía cómo despegarle la mirada a aquella hermosa mujer, era perfecta para mí (como a cualquier enamorado le sucede), al mismo tiempo que no podía despegar la mirada de sus enormes atributos, no sé con certeza si mis miradas penetrantes la incomodaron, no sé ni siquiera si las sintió.
No podía decidir en mi mente si tomar la oportunidad para hacerle las cosas sucias con las que soñaba yo desde hace tiempo o que todo fuera más decente, tal vez se enfadaría conmigo y lo tomaría como falta de respeto, o tal vez continuaba y le gustaba, fue difícil pero me convencí, ¡es ahora o nunca!
Al día siguiente la invité a una playa bonita de mi ciudad que en lo personal a mí me gustaba por lo tranquilo y privado que es, ella accedió y yo con los nervios a flor de piel.
Llegamos y por suerte mía no había nadie, el lugar era el ideal, estábamos solas, apenas se escuchaba el ruido de las olas, solo yo sabía que a lo que íbamos.
—Y ahora qué hacemos aquí? —me preguntó en un tono sarcástico, la verdad no lo negaré, mis mejillas se tornaron rojas, y como si el aire me faltara le respondí– me gusta este lugar, quería que lo conociera.
Ella vestía un traje de baño de una sola pieza, el cual me permitía admirar sus senos con más facilidad, eran grandes y caídos quizás por la edad, pero a la vez se miraban exquisitos, me mojaba con tan solo verlos, mientras que la parte de abajo de su cuerpo la cubría un pareo medio transparente.
–Vamos al mar, va?
—Vamos, pues
Nos levantamos y fuimos, estábamos a unos pasos.
Entramos al agua y vi cuando se inclinó a mojarse la cabeza, sus senos colgaban y se movían de un lado a otro, mientras yo volteaba al lado contrario con cara de excitación.
Dije entre mí misma, el momento ha llegado… Miré descaradamente hacia sus senos nuevamente, ahora ella observaba, pero solo halagué en voz alta su top, y lo toqué sintiendo la “textura del mismo”, sintiendo a la vez sus senos en mi mano al fin, mi cara lo decía todo, no contuve las ganas y metí mi mano, era pequeña a comparación de lo que tocaba, no lo podía creer y ella lo permitía estando en shock, –puedo? –susurré en su oído y apenas escuché un «sí» tímido.
Bajé su top poco a poco, gozando cada segundo que pasaba hasta que llegué a sus erectos pezones, eran como me los imaginabas; gruesos y claros.
Ahí estuve unos minutos sintiendo y mirando su cuerpo desnudo, ¡era magnífica, Dios!
Ella igual desató los cordones de mi top y comenzó a hacer lo mismo, sentía cómo me venía.
Salimos del agua y continuamos acostadas en toallas ahí en la playa solitaria, quedamos totalmente desnudas, su vagina era tono marrón y con los vellos semidepilados, y de entre sus labios externos alcancé a percibir su clítoris viejo un tanto erecto y lo acaricié con las manos al principio, pude sentir en la palma de mi mano sus líquidos vaginales a la par de un gemido ligero (yo le había provocado un orgasmo), me dijo que parara, y después de cinco segundos continué con la lengua, lo succionaba y jugaba con él mientras que con una mano metía mis dedos a su vagina y con la otra tocaba sus pezones más duros que una piedra, ya estábamos exhaustas, ya no podíamos más.
Todo se acabó placenteramente después de treinta minutos, y fue ahí que me preguntó que qué pasaba conmigo, que por qué no se lo había dicho antes, más yo no sabía que ella sentía algo por mí también, pero me lo ocultaba, nos lo ocultábamos.
No, no pasó nada después entre nosotras dos, quedamos como buenas amigas ahora más que íntimas.