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El erotismo te lleva a descubrir placeres…

El erotismo te lleva a descubrir placeres…

Ese día entendí la importancia de la autoestima.

 

Él me provocaba algo diferente en el estómago cuando lo veía. No era un tipo guapo, pero tenía algo en su forma de mirar. Quizá era la suciedad que emanaba. No podía ocultarla. Cuando pasaba una chica llamativa a sus sentidos frente a él, era capaz de incomodarla con sólo verla. No necesitaba decir una sola palabra para cohibirla, la perversión que emanaba cuando apretaba los puños, mojaba los labios y la mirada se perdía en ella, sabía que la deseaba, que si por él fuera, la desnudaría y la abriría de piernas, la penetraría tan hondo que gritaría de dolor y al mismo tiempo gozaría tener su erección adentro.

 

Un día me enfunde en un corto pero lindo vestido y al verme llegar con él, me lanzó esa sucia mirada que causaba un poco se asco, a decir verdad. Soltó un saludo muy escueto, pero una risa morbosa se asomó. Era tan pervertido que no me quitó la mirada de las piernas, inclusive las tocó sutilmente. Cuando dijimos adiós, él me dio un beso en la mejilla y un lengüetazo en la oreja. Por primera vez, a mis 20 años, alguien había mojado mis pantaletas y ni siquiera lo planeé. Su actitud hacía mí era diferente cada vez.

 

Si llegaba con un pantalón él me ignoraba, pero si llegaba haciendo gala de mis piernas tenía su atención entera. Me cansé de ver su absurda y asquerosa mirada encima de otras mujeres, yo quería toda su perversión, aunque fuera mi peor profesor, ya no me interesaba su labor como educador, necesitaba su morbo y su afecto, sus caricias y su miembro.

 

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Lo necesitaba ya mismo. Me dispuse a ser suya de la manera más sucia posible, pero no conté con su poco tacto y falta de atención. Sin dar muchas vueltas, lo solté: “quiero sexo contigo“. Él sonrió y cerró el salón. Bajó las persianas y se acercó a mí.

 

Yo esperaba un beso profundo y caliente. En cambio, obtuve un jalón, me volteó y con un pie separó mis piernas, mientras bajaba mis bragas. Introdujo un dedo y giró mi rostro, me besó mordiendo mis labios tan fuerte que sangraron un poco. Entonces, entre mi desconcierto y su veloz reacción, no pude hacer nada sino asustarme. Él ya tenía el miembro afuera y yo únicamente me dejé caer sobre el escritorio. Se introdujo y con lentas pero fuertes embestidas me hacía rebotar sobre la tabla y sentí un enorme placer del que sólo pude emanar un pequeño grito ahogado. De pronto, empecé a palpitar sin moverme ni un poco y él seguía hasta que inminentemente llegó al final. Sin decir ni una palabra, se subió el cierre y salió del salón. Me dejó ahí. No volvió a decirme nada jamás y yo, sólo me arreglé el vestido, me limpié lo que me había dejado en las piernas y salí.

Espero que te haya encantado este relato erótico… Ya que el erotismo puede llevarte a descubrir placeres, filias, fetiches y miedos. 

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