Olivia abrió la cajita de plástico y con delicadeza levantó el cordel blanco que unía las dos esferas de látex color carne.
Las bolitas, del tamaño de una pelota de ping pong, eran suaves y pesadas y al moverlas podía sentir el vibrar de la esfera pequeña que había dentro de cada una para que al usarlas y moverse vibraran ocasionando ligeros golpeteos dentro de la vagina.
Se moría de risa al recordar como había entrado decididamente en el sex shop, abriéndose paso entre pasillos repletos de videos porno, cabinas de peep show, vitrinas llenas de objetos sexuales, y sobre todo, el cruce incesante de hombres entrando y saliendo de las diferentes cabinas.
El vendedor se acercó amablemente cuando la vio mirar uno de los escaparates donde había una exposición de bolas chinas de todos los tamaños y le ofreció diferentes tipos, en función de lo que ella deseara…
bolas chinas
-“Placer”-pensó Olivia –“Sólo placer”- sumergiéndose en la sensación de intentar atraparlas en su vagina, apretando y relajándola. Su músculo contrayéndose como en el orgasmo.
El vendedor sacó cuatro o cinco cajas de diferentes tamaños y colores, con distintos pesos y texturas.
Ella miró las cajas transparentes con curiosidad, había algunas realmente grandes.
Quién se metía esas enormes esferas?
–“Yo por ejemplo”- se dijo y sin pensarlo mucho eligió un par de las más manejables y salió del negocio, apurada en llegar a su casa.
En ese momento, con las bolas pendiendo delante de sus ojos pensó en probarlas de inmediato. Así que se quitó el pantalón y el tanga, recostándose en la cama.
Abrió las piernas , mientras con una mano separaba los labios de su sexo súbitamente húmedos y tiernos, con la otra introdujo despacio una bola detrás de la otra, que se deslizaron dentro de su vagina con un ligero temblor.
Ambas habían desaparecido de la vista, pero Olivia las sentía llenando su interior.
Cerró las piernas y sacudió un poco la pelvis, sintiendo una ligera vibración. Sonrió y se incorporó dando unos pasos por el cuarto, las bolas descendieron pesadamente y resbalaron por su estrecha vagina. Ella apretó instintivamente.
Tomó el hilo que sobresalía entre sus labios vaginales y tiró levemente hacia fuera. Una de las bolas intentó asomarse y ella la empujó suavemente hacia adentro sintiendo como presionaba su interior.
Decidió entonces salir a la calle con su nuevo juguete escondido dentro de ella y caminar como si nada sucediera, pero sabiendo que a cada paso sentiría el golpeteo y el peso del látex.
Caminó mirándose en los escaparates. El vaquero ajustado se calzaba perfectamente a sus nalgas.
Solo ella notaba el cosquilleo. Solo ella notaba como iba humedeciéndose .
A medida que avanzaba por las aceras comenzó a tener la sensación de que las bolitas bajaban más de lo debido.
Las sentía deslizarse con lentitud. Contrajo las nalgas y la pelvis apretando el útero.
Instantáneamente la sensación cesó, pero al seguir caminando el peso de las esferas descendiendo la obligó a detenerse nuevamente.
El hecho de verse en ese apuro, la hizo reír nerviosamente pues ya sentía que una asomaba por la vagina, rozando la abertura de su sexo. Volvió a apretar pero ya estaba allí.
Se miró la entrepierna en el cristal de un negocio. No se notaba nada, sin embargo ella estaba empapada, nerviosa, divertida y… excitada.
Nadie parecía darse cuenta, pero se sentía señalada y con todos los ojos puestos en su sexo.
Una de las bolas al seguir su descenso rozó su clítoris presionado por el pantalón y la hizo estremecer.
A punto de echarse a reír sin remedio, o de bajarse ahí mismo el pantalón y colocarse la bendita bola indiscreta, optó por entrar en una de las tiendas.
Sin mirar apenas nada, recogió al vuelo una percha con algo colgando.
Sus ojos recorrían nerviosamente el local buscando el probador. Avanzó velozmente, con su vagina lista para desembarazarse de esas intrusas tan placenteras.
Muchos de los probadores estaban ocupados así que buscó entre los últimos, encontrando uno en el que entró rápidamente. De un tirón corrió la cortina de tela que la aislaba de la vista de todos y se desabrochó el pantalón.
Apoyó la espalda contra el tabique que la separaba del otro probador, mientras se sentaba en el pequeño banco de madera y deslizó con prisa su mano dentro del elástico de la braga.
Su dedo tocó la humedad caliente del sexo y el clítoris respondió vibrando ante el roce con un latido que la hizo contener el aliento.
Mirándose al espejo, entrecerró los ojos, y separando las piernas un poco más se acarició suavemente, jugando a empujar hacia adentro la bola caliente que intentaba asomar por su vagina.
En un juego sensual y silencioso, empujó y tiró de la cuerda que unía las esferas sintiendo como crecía su excitación y como los labios de su vagina se expandían y mojaban.
Apretó la boca para que no saliera el ronco gemido que le oprimía la garganta.
Ya no había vuelta atrás y el orgasmo era inminente.
A lo lejos se oían las voces de vendedores y clientes que entraban y salían de los probadores…algunas peligrosamente cercanas a ella. Pero en esa especie de burbuja inesperada Olivia estaba sola, conectada al placer de su placer.
Deslizando el pantalón y la tanga hacia abajo, liberó una de sus piernas levantándola y apoyando el pié en el banco.
El sexo húmedo y resbaloso se abría ante sus ojos en el espejo del probador, devolviéndole una imagen fascinante y perturbadora.
El morbo de masturbarse casi en público la excitó hasta el punto de rozar cada vez con mayor rapidez el clítoris súbitamente turgente.
En su interior crecía el calor y la presión de las esferas que rozaban apretando sus puntos más sensibles la pusieron al borde del orgasmo.
Con una mano jugó a tirar del hilo. Las bolitas entraban y salían rítmicamente cada vez mas húmedas, y con la otra masajeaba su clítoris sintiéndose llena.
Olivia se miró apasionada en el espejo, sus pezones casi oscuros se marcaban a través de su ropa y por el temblor de su vientre supo que iba a correrse.
Y más…y más…y más…
Una descarga súbita le recorrió el cuerpo. El gemido ahogado se truncó con la respiración entrecortada.
Su clítoris estalló en mil latidos que se extendieron contrayendo su vagina y su dedo moviéndose al ritmo de cada contracción prolongó el orgasmo tan ansiado que se repartió en ondas cálidas por todo el cuerpo.
Cuando recuperó el aliento respiró hondamente. Sus ojos brillaban, se sentía tibia y relajada.
Miró alrededor, la percha con la ropa que ni había mirado tirada en el suelo, el bolso en un rincón, el pantalón y el tanga enredados en uno de sus tobillos.
La cortina del probador ondulando y los sonidos del exterior la devolvieron al momento donde todo y nada había sucedido.
Con delicadeza tiró del cordel que asomaba entre sus piernas y una tras otra las bolitas salieron sin dificultad. Estaban calientes y húmedas aún.
Improvisando un envoltorio con el tanga las guardó dentro del bolso. Levantó el vaquero y al abrocharlo el contacto áspero de la tela rozó la sensibilizada piel de su sexo.
Salió del probador con la prenda colgando de la blusa, su bolso en el hombro y acomodándose el pelo.
Todos la miraban?
Nadie la miraba?
Avanzó decidida sin darse vuelta, colgó la blusa en alguna barra y, poniéndose las gafas de sol, respiró satisfecha y salió a la calle.