El “pegging” es uno de esos intercambios de roles. En concreto, uno de los roles que, en una pareja heterosexual, se asume como convenido e incuestionable; él penetra y ella recibe.
Con el “pegging”, el mundo se trastoca; ella da y el encaja. Como práctica erótica, se trata de una variante de la sodomía, en la que la mujer se ayuda de un arnés (dildo sujetable con correas) para poder penetrar analmente a su pareja masculina.
Algo que parece no encerrar muchos misterios pero que, precisamente por tenerlos, comporta el plus de satisfacción que da el pasarse las convenciones por allí por donde entre el dildo. Y es que a un varón heterosexual, lo de asumir una posición “pasiva” en eso de las penetraciones, y hacerlo además por el ano, no es algo que vaya practicando todos los días.
Es un recelo Fundamentalmente cultural, pues desde la antigua Roma, lo de la virilidad y “el dar” vienen indefectiblemente asociados, porque, si al reparto de placeres nos referimos, podríamos decir que si el coito vaginal es fundamentalmente una práctica que favorece y da preponderancia al placer masculino, pues en el “pegging”, pasa exactamente lo mismo.
La presencia de la próstata en el camino del dildo hace que su estimulación pueda provocarle sensaciones de gozo al varón e inducirle al orgasmo, mientras que a la mujer, y salvo las debidas excepciones, lo de atarse algo en las caderas y empujar un poquito no suele en sí elevarlas al mismo cielo (hablando del placer estrictamente físico, no el psicológico que, a más de una, las enciende muchísimo).
y ahora que ya sabes del Pegging, atrevete a descubrir el placer.